Cuba amada, ancestrales tambores de la lejana África mueven tus cadenciosas caderas de palmas reales y, con el toque de los Batá, te armamos un Bembé o traemos el laúd, el tres, el güiro y la guitarra, y enseguida formamos el guateque. Esparcimos polen de mariposas rítmicas por el mundo y aportamos el sabor a miel de caña, entremezclado con el trinar del sinsonte, difusor de sueños, mitigador de dolores históricos, de pérdidas nombrables e injustas, de esta historia de ires y venires, andante y modeladora del alma cubana, depositada en cada esquinita del mundo. Con su aliño criollo y su algarabía, y con esos sonidos evocadores de la identidad, que van echando una conversadita entre sorbos aromáticos de una mañanera colaita de café, anda la diáspora cubana brindando el sabroso ron y la divina sonrisa o acaso haciendo reír con el humor heredado, o quizás provocando reflexiones, regalando innovaciones científicas, aportando esencias a una sociedad global casi despersonalizada y vestida con apariencias.
Donde llega un cubano, hay alegría y el aire se llena de decires, relatos de la memoria familiar o nacional, a veces inventados por ese imaginario popular dicharachero de contar y recontar historias, de hilvanar acontecimientos. Diálogo de saberes aderezados por una expresiva gestualidad, que muchas veces dice tanto o más que las propias palabras. Esta cubanidad se ríe de quienes “cogen lucha con la cosa”. La cubanidad recuerda a una sandunguera mulata bailadora de rumba, zapateo o guaguancó. Igual carga a cuestas las diferencias políticas, religiosas, raciales, sexuales o de clase social. Ella, mi cubanidad, es la misma tuya y la de aquel a quien le escuché decir: “¡qué barbaridad, caballerooo, la cosa está dura, pero pa’lante, chico!”. ¿Y qué importa cómo piense de esto, o de lo otro, o dónde viva? ¡Ese, es tan cubano como yo! Somos hermanos de sangre, porque venimos de la misma familia: ¡la familia cubana! Nuestra cubanidad transgrede límites cercenadores de su ilimitada y vivificante riqueza. Y te la encuentras en cualquier latitud bailando, contando historias reales (o imaginadas), discutiendo de pelota, hablando de política, de células madres o incluso hasta de la madre de fulanita que se fue con otro y más chismes del barrio… Así somos y así seremos, allende de las distancias impuestas por cualquier circunstancia, no importan los mares ni los siglos.
Dígase cubana o cubano y la imagen del espíritu optimista y emprendedor se hace corpórea, porque siempre estamos dispuestos a hacer hasta lo imposible, a crear, a inventar, a luchar, riendo, cantando, bailando, entregando todo en cada acto de amor, eso: creatividad, alegría y amor esparcimos con complicidad los cubanos por todo el mundo. Andamos fundando esperanzas, erguidos desde la cubanidad contenida en el alma y extendida entre las manos para brindarla.